Desde su concepción, ¿de qué se trata la
narración oral?
De
un oficio, uno de los primeros oficios del hombre, quizás, el oficio más
antiguo del mundo, que se he transformado en una profesión artística. Es un oficio
que deviene de la conversación cotidiana, del acto comunicacional de compartir
vivencias, anécdotas, experiencias, sucesos o historias reales o maravillosas, matizadas
de imaginación por obra y gracia del narrador oficiante. El cual puede
interactuar, a conciencia, con uno o más individuos, tanto como puede hacerlo con
un pequeño grupo o uno muy numeroso de personas, en diferentes espacios y en
diversas situaciones.
Creo que a esta pregunta ya la he respondido
muy en mi texto publicado en Analítica (http://www.analitica.com/media/3183637.pdf) Cito, de las págs. 3 a la 4:
Contamos
si hemos vivido. O si reconocemos en nosotros mismos, y con seguridad, qué
hubiéramos hecho y cómo nos sentiríamos si nos hubiera tocado vivir esa misma
situación. No podemos mentirla, es nuestra, nos pertenece.
Contamos
si sabemos muy bien la historia que queremos compartir, no desde la memoria
mecánica, fría, repetidora, sino desde el corazón. Reviviéndola. “El narrador
oral no es un repetidor, es un creador”, alguien dijo por ahí.
Contamos
si conocemos al personaje: cómo es, en todos los aspectos y en todas sus
dimensiones físicas, sociales, culturales... Desde adentro, como si fuéramos
él. No haciendo como si fuéramos él. Siendo él. Sintiéndolo.
Contamos
si nos ubicamos en el espacio y en el tiempo de ese personaje: dónde, cómo,
para qué se mueve en cada momento que lo hace. Viéndolo.
Contamos
si sabemos improvisar y recrear permanentemente lo narrado. Si sabemos que,
como nos asegura alguien que conoce mucho sobre las artes escénicas: “Se
improvisa sobre lo que se sabe, no sobre lo que se olvida o desconoce”. Si
reconocemos que somos improvisadores, no improvisados.
Contamos
si reconocemos que lo hacemos con el público, desde nuestra humildad, desde
nuestra honestidad, desde nuestra verdad y desde nuestra seguridad en nosotros
mismo, porque ningún cuento es inocente y, por ello, no podemos contar
cualquier historia.
Contamos
al divertirnos, si sacamos hacia fuera lo que tenemos dentro. Sin la intención
de moralizar o educar como principio, sino con la seguridad de narrar como para
abrirle puertas y ventanas a la imaginación, los sentimientos, los sentidos, el
corazón de los otros. Desnudando ante ellos nuestro propio corazón.
Contamos
s asumimos a conciencia un oficio que, como tal tiene su teoría, su práctica y
su propia historia. Si lo reconocemos como un arte de todos los tiempos, igual
y diferente en otros espacios y en otros tiempos y con todas sus similitudes y
sus propias diferencias con otras manifestaciones de la escena.
Texto: Armando Quintero, a partir de una pregunta de David Venegas Quintero / Foto: 8ºfestival de Ibagué
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